lunes, 31 de enero de 2011


SABIDURÍAS DEL CUTO SÁNCHEZ
Confesión de parte


Óscar Colchado Lucio

Conocí al Cuto Sánchez en el pueblo de Jimbe. Su nombre era José Sánchez y era el único policía municipal del Concejo Distrital de Cáceres del Perú, allá por los años 70.
Le gustaba pararse en una esquina de la calle, cerca del colegio, para interceptarme a la salida de mis labores de profesor, y ponerse a contarme sus ocurrencias. Era un gran narrador oral. Podía pasarse horas de horas contando historias preferentemente de humor. Aunque sabía también leyendas y anécdotas pueblerinas.
Una leyenda que me contó se refería a un toro encadenado que habitaba, según decía, en una laguna que había en el interior de un cerro que se alza sobre Jimbe, y afirmaba que un día se rompería la cadena de oro que sujetaba al toro y la laguna se desbordaría y sepultaría al pueblo.
Pero, como ya lo dije, lo que más me agradaba era oírle contar sus cuentos de humor que, no sé yo, si eran de su pura invención, los había escuchado o leído simplemente. El hecho es que no sólo eran divertidísimos, sino que mayormente invitaban a la reflexión, luego de haber reído. Me hacían recordar a esos cuentos sufi de la tradición oriental, sólo que estos tenían mucho de la picardía criolla. Y me los contaba como si le hubieran ocurrido a él, dotándolos de gran realismo.
Le decían Cuto porque tenía estropeados, no sé si uno o dos dedos, en un accidente que tuvo.
El Cuto Sánchez murió hace muchos años, según me informó una de sus hijas que vive en Lima, quien me escribió hace algunos meses, haciéndome recordar acerca de La columna de José Sánchez, que yo editaba en la revista Voz Nuclear del Núcleo Educativo Comunal de Jimbe, en tiempos de la Reforma Educativa, contando entonces con la plena autorización y regocijo de nuestro amigo.
Ahora que el poeta Ricardo Ayllón, director de Ornitorrinco Editores, se ha dignado en publicar estos brevísimos cuentos de humor que yo, en base a recuerdos, he reunido, no dudo que tendrán la plena aceptación de los lectores.

lunes, 30 de agosto de 2010

Literatura peruana

Las preguntas del Ornitorrinco.
Diálogos con la literatura peruana


Miguel Garnett

Este libro de Ricardo Ayllón contiene quince entrevistas a escritores peruanos, y la lectura de él me provocó un triple impacto: primero: que la literatura peruana es tremendamente abundante y variada, tal como refiere uno de los entrevistados, Enrique Rosas Paravicino, cusqueño: “el Perú vive una etapa bastante fructífera en lo que se refiere a prosa narrativa” (p. 113). El segundo impacto fue que algunos de los temas tratados en las entrevistas se refieren a puntos sobre los cuales yo también he pensado, como la postergación de la literatura de provincias, la realidad actual de una literatura andina que ha venido a suplantar a la literatura indigenista y neo-indigenista, como también dice Rosas Paravicino: “La literatura andina es una verdad tan evidente como la existencia de una milenaria cultura andina” (p. 118). Otra opinión al respecto es aquella del huarasino Macedonio Villafán, quien dice: “en el Perú lo andino es un ingrediente de mucho peso en nuestra cultura y nacionalidad”; (p. 124), mientras que Ricardo Vírhuez Villafane acota: “el ser limeño impide a los intelectuales ver con ojos democráticos la producción en provincias” (p. 131).

Otro de mis pensamientos personales con respecto a la literatura peruana es que hay el reto de escribir una novela que logre abarcar las múltiples facetas del país; entonces me agradó mucho leer las últimas palabras de este libro, que son también del limeño Vírhuez Villafane: “Tal vez un día escriba una novela que fusione todos esos mundos y tenga un espectro más amplio” (p. 131).

El tercer impacto fue que un libro como éste revela mi tremenda ignorancia de todas las obras mencionadas en las entrevistas, yo he leído una que otra; además soy consciente de que quince autores resultan ser sólo un puñado de todos los autores que hay en el país, y esto indica que mi ignorancia es aún más extensa. Entonces el libro de Ricardo Ayllón es una llamada de atención para que lea más, mucho más.

La variedad de la literatura peruana indica, claro está, una gran diversidad de personalidades en cuanto a los autores y su reacción ante la realidad del país. Para Marco Cárdenas, nacido en Huanta, Ayacucho, esta “es una de las realidades más absurdas que existen, vivimos en un país donde todo se maneja mal, donde no hay ideales, donde todo está al revés, hemos tenido los gobernantes más incultos del mundo y quizá en este sentido estamos algo africanizados todavía” (p. 20). Alberto Quintanilla, cusqueño, que radica parcialmente en Francia, también tiene unas expresiones lapidarias: “en las calles del Cusco (…) todo lo que he conseguido oír ahora es aquella música trans o digital cuyo único objetivo parece ser el embrutecer a nuestra juventud; si a eso le sumamos el consumo de drogas, su estupidización es un hecho. Ellos creen que eso es modernizarse, se equivocan, lo único que están logrando es uniformizarse, convertirse en parte de un ejército de zombis” (p. 80).

En contraste con estos comentarios negativos encontramos en la entrevista con Rosa Cerna Guardia, nacida en Huarás, recuerdos de una niñez muy feliz y una visión romántica, alegre, del país, llena de luces y flores, bastante vinculada con la mística andina. Enrique Rosas Paravicino también tiene una visión positiva; habla de la diversidad cultural del país y dice: “Este es un país de varias identidades regionales que sólo con el tiempo irá a alcanzar una verdadera identidad nacional (…) En esta variedad de expresiones está la gran riqueza simbólica del Perú” (pp. 114-115).

Ninguna de las entrevistas habla de la violencia que azota al país y que, a mi parecer, ha sido una constante de su historia, en una que otra forma. Sin embargo, tomando en cuenta que sí, ésta existe y que las opiniones de Marco Cárdenas y Alberto Quintanilla tienen bastante razón, personalmente me inclino por la visión más optimista, expresada sobre todo por Enrique Rosas Paravicino. Él tiene algunas frases más al respecto, que citaré más adelante. Y estoy de acuerdo con Ángel Gavidia, de Santiago de Chuco, quien dice: “El Perú, en general, es tierra de poetas” (p. 63). El optimismo que encontramos aquí tiene eco en lo que opina Julio Carmona, chiclayano: “siempre que exista una sociedad con esperanza (…) debe estar presente la voz del poeta” (p. 25).

Cuando Ricardo me preguntó si estaría dispuesto a comentar su libro, mostró una cierta inquietud y preocupación porque me indicó que en la primera de las entrevistas, la de Marco Cárdenas, hay un tono abiertamente antirreligioso, expresado con frases duras. Por ejemplo, Marco dice que “el legado de Jesucristo y por ende la existencia de la religión católica y todas las demás religiones del mundo, me parecen lo más estúpido que tiene el hombre dentro de su cadena evolutiva (…) En lugar de pensar en sí mismo, en su mejora social o en una estancia digna aquí en la Tierra, el hombre con la religión se hunde en una utopía que no tiene principio ni fin, que tiene lo mínimo de racional, y eso a mí me causa una absoluta aversión” (p. 19). Cárdenas aprecia mucho a Marx, quien “fue quizá el hombre más racional del siglo XIX” (p. 19) y sólo puedo mirar atónito que hoy en día alguien aprecie su legado. Pero en el campo de la literatura hay lugar para todos, y este libro de Ricardo Ayllón demuestra en estas quince entrevistas la variedad y la riqueza de la literatura peruana.

Cuando se trata de religión, una de las novelas más polémicas mencionadas aquí es En octubre no hay milagros, del arequipeño Oswaldo Reynoso. La obra provocó todo un revuelo cuando se publicó en 1965. Los críticos fueron implacables y la tildaron de inmoral, irreverente, provocadora y hasta pornográfica. Pero es una novela fascinante, una radiografía de Lima en sus múltiples facetas, que he leído con admiración. Nunca he podido participar en un curso sobre la literatura nacional, pero he escuchado un par de conferencias de Oswaldo Reynoso y he tenido la oportunidad de participar en unas tertulias con él. En ambos casos me he sentido fascinado y enriquecido. Don Oswaldo sabe divertir y, a la vez, provoca reflexión.

Esta manera de ser y escribir coincide exactamente con lo que dice Cronwell Jara, nacido en Piura: “lo primero que tiene que hacer (un buen cuento) es emocionar, tener acciones dramáticas, pero también debe llevar a la reflexión y a la diversión” (p. 71).

En la entrevista con Cronwell Jara surge el tema de la literatura light. Él dice: “Tú puedes escribir cosas muy inteligentes, pero si no hay tono emocional ni espiritualidad, se arruinó la obra. Entonces aparecen las obras light (…) la literatura light es aquella que está bien escrita, bien dicha, pero que no emociona” (pp. 68 y 70). Para Enrique Rosas Paravicino, literatura light “Es la fatuidad elevada al nivel de la escritura y hecha a la medida de la pereza mental. El Perú es un país fecundo en dramas, épicas, migraciones, partos y convulsiones. No creo que todo esto encaje en el esquema superficial y alegre que ofrece la literatura light” (p. 117).
Mientras habla de literatura light, Rosas Paravicino, indica que obras de esta naturaleza “causan impacto gracias a la gran cobertura que les brindan los medios de comunicación y también en la medida en que algunos de los cultores de esta literatura son personajes mediáticos, como Jaime Bayly” (p. 117). Esto plantea el problema de la relación entre los escritores y los medios de comunicación. Maynor Freyre, limeño, observa que “el aparecer en los periódicos y otros medios de comunicación no determina la calidad de la obra literaria” (p. 56); y Rosas Paravicino observa amargamente: “en la mayoría de los medios televisivos la cultura ni siquiera es la quinta rueda del coche” (p. 115). Otro entrevistado, Jorge Luis Roncal, también limeño, dice: “En el país la producción literaria existe más como potencialidad, y hay que tener en cuenta que los medios de comunicación y de poder cultural hegemónico sólo muestran, mezquina y parcialmente, una parte del conjunto de esta producción” (p. 109).
Espero que las citas que les he ofrecido de este libro de Ricardo Ayllón sean suficientes para indicar la gran riqueza de su contenido. Por supuesto hay más temas, y creo que el conjunto de opiniones da cancha libre a un debate amplio sobre la literatura nacional, sus logros, sus deficiencias, sus retos y problemas. Quienes me han escuchado en otras presentaciones de libros sabrán que no es mi política revelar explícitamente todo el contenido, porque hacer eso quita la necesidad de comprar la obra. Mi tarea es ofrecerles un anzuelo con la esperanza de que les provoque comprar el libro. Espero que haya cumplido con esto y, de veras, si tienen interés en la problemática de la literatura peruana vale la pena conseguir esta obra de Ricardo Ayllón, leerla, masticarla y reflexionarla. Es fascinante y provocativa.

Muchas gracias.

(Texto leído en la ciudad de Cajamarca, el 13 de agosto de 2010, durante la presentación del libro).

lunes, 16 de agosto de 2010

La no historia de Apablaza

Eme/A
La tristeza de la no historia
Claudia Apablaza


Siempre me gusta leer novelas extrañas. Lo disfruto cada vez que encuentro en éstas caracteres distintos en su estructura. Me pasó cuando leí por primera vez a Joyce, Bolaño, Larsson, Foster Wallace, o al mismo Reynoso en un primer momento, la lista sigue, nunca termina ni terminará. En este caso, al leer Eme/A de Claudia Apablaza (Chile), sentí que volvía a mi fascinación por la estructura, por la teoría literaria. Leyendo cada capítulo de Eme/A, me pregunto ¿cómo es posible escribir páginas llenas de ideas extrañas?, ¿acaso se tiene que vivir propenso al desequilibrio? Lo cierto es que cada espasmo de locura impresa en el papel se recrea en la mente, compaginando cada pasaje situacional de los personajes con la propia vida del lector. Luego de leer esta novela he tratado de infundir algunas ideas que se pasean por mi cabeza sobre de la actual narrativa latinoamericana; la he llegado a comparar con la narrativa peruana y hay muchas distancias. Quisiera ahondar más en ello, pero mi intensión en esta oportunidad no es escribir una alegoría sobre crítica literaria ni nada por el estilo, solo pretendo escribir cómo me sentí al leer cada pasaje extraño de esta novela que me perturbó y no me dejó pegar los ojos por más noche estrellada que tuve frente a mí en un cielo monocromo chimbotano.

Empezaré describiendo el estilo empleado por Apablaza, el cual, jugando con el lenguaje, comprime diálogos que llegan a una brevedad punzante, dándonos una estocada en el mismísimo corazón. No quiero descomponer todo el libro ya que puede resultar algo pesado y quitaría la fresita del pastel; en este caso el interés por leer la novelita que no pasa de las 98 páginas, como ya es característico en la actual narrativa chilena, así que mejor escogí platicar sobre algunos extractos de capítulos intercalados de la novela, hacerlo algo extraño como esta misma. La tristeza de la no historia, como subtitula a un capítulo Apablaza, nos hinca en la intriga de saber la razón de dicha tristeza y el porqué de la no historia. Empecemos describiendo la No historia. La búsqueda de un equilibrio entre la historia y la no historia de la literatura universal, hace que S, personaje con quien se inicia la novela, extienda su colección de libros inéditos a una superficie impensada, incluso origina una serie de influencias en otros personajes incitándolos a su misma devoción por los textos inéditos, sufriendo cada vez que se publica uno de los textos de su colección, pues para él es importante que no se publiquen textos que al final solo buscarán la identificación editorial y comercial. Me arriesgo a pensar que aquí nos topamos con una crítica a la literatura comercial de los best seller y a las transnacionales casas editoras. La no historia a lo largo de los capítulos, fragmentados en algunos casos a manera de apuntes, nos introduce en el alma de una mujer que vive conflictuada con sus pensamientos, con sentimientos que le desgarran la vida. Esa no historia se tupe indirectamente de circunstancias, pasajes, lugares, incluso comparaciones entre la vida de personajes que aparecen esporádicamente, rescatando recuerdos, rencores, que llegan a confluir en una simple soledad.

A nosotros, los que pudimos sumergirnos entre las páginas de EME/A, solo nos queda repetir el plato y volver a su lectura para fragmentarla y crear imágenes que nos sirvan de molde para escribir algo extraño pero sensato. A lo largo de esta pericia he pensado en crear mi propia no historia. Atrévanse y hagan lo mismo.



Lugar encontrado

En busca de un lugar
Julio B. Orbegozo


Mi entrañable amigo, maestro (SENSEI), Ricardo Ayllón, como todas las veces que edita un nuevo libro en su inacabable editorial, me hizo llegar un ejemplar de En buscar de un lugar, del escritor chimbotano Julio B. Orbegozo, a quien conocí a la distancia y por su libro “Semblanzas Porteñas”. Siempre me sentí intrigado por la narrativa Julio B. Orbegozo, sobre todo por los comentarios que pude escuchar y leer sobre él. Ahora que me llegó este pequeño volumen de 12 cuentos quiero hacer un pequeño comentario de lo que me dejó su lectura.

Como ya es costumbre en los últimos años, la literatura infantil–juvenil va tomando una representación más estable dentro del mercado libresco nacional. Esto es aplaudible en un nivel de fomento a la lectura desde la base pre escolar, solo así tendremos más lectores en profundidad que superficiales. Hago esta pequeña acotación porque quiero llegar a la finalidad que encontré en este volumen de cuentos. Orbegozo, a manera de los antiguos neoclásicos, escribió cuentos moralizadores, ahondando mucho en los problemas que atrae la sociedad de estos últimos años. Con su pluma ágil, se desmanda estructurando cuentos sencillos, de lenguaje popular y legible para el lector. Lo más destacable dentro de los cuentos son esos finales inesperados donde, en dos o tres líneas, termina por declarar la intención de la historia. Cada cuento va acompañado de un dibujo representativo con el que se pretende conseguir que el lector vaya anteponiéndose a la historia narrada, para que así el transcurso sea más ameno y reflexivo. No es un libro difícil, al contrario, es entretenido, en algunos pasajes hasta gracioso. Los personajes varían con el transcurrir de los textos breves: algunos son duros, otros ingenuos, divertidos, pintorescos, de fácil acogida y de representación popular.

No puedo negar lo bien que lo pasé la noche en que leí el libro de un solo tirón. Es imposible pegar los ojos cuando tienes a la mano un libro tan fresco. Incluso lo leí hasta en el baño, donde se disfruta aún más.

viernes, 8 de enero de 2010

Navegando en letras


NAVEGAR EN LA LLUVIA
ANTOLOGÍA DEL CUENTO ANCASHINO

Selección, prólogo y notas de Ricardo Ayllón


Esta antología se inscribe en el conjunto de visibles esfuerzos por construir una nueva imagen de la literatura peruana a partir de las visiones regionales. El enfoque capitalino y metropolitano se ha tornado insuficiente ante la cantidad, diversidad y calidad de la producción que brota constantemente en distintas regiones de la patria. Navegar en la lluvia se proyecta a un mejor conocimiento y valoración de la literatura ancashina, de tan notables logros en la poesía, la narración, la crítica y otros géneros.

Saniel Lozano Alvarado



Narradores que poseen una vasta y cosmopolita experiencia comparten páginas aquí con autores que trabajan desde un referente espacial localista. En este sentido, las antologías corren el riesgo de encontrar, siempre en el camino, detractores que critican el método o los parámetros utilizados a la hora de la selección de trabajos. Creemos firmemente que tales riesgos son superados con creces por Ayllón.

Augusto Rubio Acosta

sábado, 24 de octubre de 2009

El que la hace… ¿la paga?


La literatura policiaca es aquella en donde el interés por el enigma, el delito y los seres que transgreden la ley son fundamentales. En Latinoamérica la literatura policial se mantiene en el margen de su incremento anual. Autores como Rubén Fonseca, Roberto Bolaño, Silvina Ocampo, Luis Enrique Délano, Carlos Garayar, son, entre otros, los que han mantenido esta gama narratológica que en un sentido criminológico es contar las historias de una transgresión que da demasiada importancia al contexto social en que surge, es por eso que se le conoce como relato negro.

Utilizando estos puntos como referencia, la antología de cuento policial “El que la hace… ¿la paga?” nos zambulle dentro de éste mundo intimista. Ésta recopilación es un intento de mantener actualizado la dispersa producción policial escrita en América Latina. Aquí se reúnen escritores renombrados y otros pocos conocidos y, sobre todo, cuentos de escritores que han incursionado en el género sin que sus obras suelan ubicarse en el terreno policial.

Aquí el lector encontrará ciertos refuerzos a sus vidas. Después de la lectura de los cuentos verán que muchas de las situaciones son enraizadas a la supervivencia de sujetos que no actúan como victimas, sino, como actores directos e indirectos.

Esta recopilación de 16 cuentos policiacos busca ofrecer sólo una pequeña muestra del relato negro en latinoamerica.

El Fantasma que te desgarra


Fredy Fernández, un joven maestro y estudiante de periodismo, que animado por su perecedera situación económica, decide ir, como corresponsal sin fortuna, hacia Ayacucho, lugar donde se esta llevando a cavo el conflicto armado. Ahí busca enraizarse de la noticia para, de alguna forma u otra, convertirse en uno de los periodistas que nació para amar y vivir el peligro. Esta situación hace posible que Fredy empiece a documentar cada tramo de su vida como fiel testigo de las atrocidades que van carcomiendo a la sociedad peruana. Estas escenas son algunas de las que se hilvanan para dar vida a “El fantasma que te desgarra” una crónica novelada en la que Julián Pérez muestra de forma cruda los espasmos del terrorismo en el Perú.

El tema de la guerra interna, como trama literario, a pesar de ya haber pasado más de 20 años de su aparición, sigue siendo uno de los más necesitados para poder expresar la impotencia de un pueblo frente a la barbaridad y poca sensibilidad de los actores que desencadenaron toda esa pesadumbre que tuvo que pasar todo un pueblo quebrado por la política. Julián Pérez, así como lo hizo en “Retablo”, nos inmiscuye como serios participes dentro de ese mundo que quizás muchos no lo hemos podido presenciar y sentir, pero que dentro de la lectura ágil de “El fantasma que te desgarra” nos adentramos y aprendemos a sufrir como un personaje más, no sólo de la novela, sino, de la pesada vida que se llevó en los años 80 y principio de los 90. Es por eso que para entender esta parte de nuestra historia nacional, es importante leer la gran gama de novelas que guardan muy celosamente la carnicería que vivimos.

martes, 12 de mayo de 2009

Pizzicato de la poesía


Pizzicato Labio

*Juan López

En "Pizzicato Labio", Luís Boceli demuestra aquel desenfreno y aventura heroíca que ha sido para él recrear un escenario en poemas de índole musical-ironico.
Boceli trata de maniobrar su propia filosofia personalizada, irónica, burlesca, sobre fondos trastocados de una imaginación sin límites.

Narrativa erótica de Chimbote


La santa cede: Del Copacabana a Tres cabezas.

*Juan López

Con mas de diez cuentos de temática erótica y un fragmento de El zorro de arriba y el zorro de abajo de José María Arguedas como introducción, hace que La santa cede sea el eslabón que necesitaba la literatura nacional para poder mostrar rasgos marginales de una sociedad impura como la nuestra.

Esta antología, cuya edición realizada por los escritores Jaime Guzmán y Augusto Rubio, nos muestra desde un punto de vista sociológico la realidad mundana de un puerto a medio andar. Un puerto invadido por los mundanales que despedían fuertes olores de perfumes baratos y un arrechismo por sus mujeres deformes y algunas esculturales.

Si bien los cuentos y relatos de La santa cede esquivan la moral literaria, estos no llegan a caer en la vulgaridad. Aquí lo grotesco, mundano, irónico, ingenuo, pícaro; termina por anclar (como diría Oswaldo Reynoso) en serios enredos sexuales. La experimentación narratologica de estos enredos hacen que los antologados jueguen con estructuras propias; siendo originales y terminando por liberar sus demonios burdelescos que muy dentro de ellos les estorbada su alma de hedonistas impacientes.

El libro no solo muestra sexo, sino, trata de revelar el lado oculto de personajes urbanos, intelectuales y sensualistas sin reparo. A esto también le uniremos la literatura homo-sexual. Algunos relatos dentro del libro nos muestran la curiosidad de indagar en el mundo en el cual viven inmersos estos personajes que aquí no son marginados ni presos de la homofobia, sino que se trata de inquirir dentro de su psicología como personaje especial.

La mezcla de ambos mundos, no dispersos, hace que La santa cede sea un libro exclusivo, apto para todo tipo de lector que no tema si por casualidad algún relato le haga sentirse como un marginal o un parroquiano pícaro o ingenuo dentro de uno de esos burdeles infectados de incienso y perfume barato...

lunes, 11 de mayo de 2009

Vistiendo Días...


“La vestimenta de los días”, de César Olivares

Juan Villacorta Vásquez

En el libro La vestimenta de los días (Ornitorrinco Editores, abril de 2009), de César Olivares, los poemas que he leído me han refrescado las imágenes que tenía y tengo del autor cuando fue mi alumno en la Universidad Nacional de Trujillo y, sobre todo, han servido para completar etopéyicamente algunos detalles muy específicos: su natural nobleza, su espontánea sensibilidad, su respetuoso carácter, su profunda raigambre filial y familiar (por algo están, en el pórtico de su libro, las dedicatorias a su hijo y esposa), pero, sobre todo, para confirmar su cada vez creciente firmeza literaria y su madurez lírica. Por esto debo decir que el efecto más significativo que me provocaron, de inmediato, los versos de César Olivares fue, entonces, mostrarme su franca humanidad a través de recurrentes signos de su cotidiano vivir o recordar que, para los efectos postreros y trascendentes del ser hombre, son lo mismo. Los versos sencillos, pero bien logrados de su poesía, trasuntan ese deseo de naturalidad, de simpleza, del rescate de la humanidad de lo cotidiano y de lo cual no podemos ni debemos prescindir si queremos encontrarnos a nosotros mismos, si queremos ser auténticos. No es trivial, ni coloquial ni anodina la fuente de su poética, sino las pequeñas grandes experiencias de la vida que se viven a diario.

En efecto, desde el título del libro (“La vestimenta de los días”) fluye el deseo que tiene el poeta de comunicar poéticamente qué constituye el ropaje de lo cotidiano: la materialidad del diario vivir, de su propia existencia, puesto que emplea la primera persona gramatical como hablante lírico. Esto es explícitamente corroborado mediante dos versos del Prefacio del libro cuando el poeta César Olivares advierte: “Siempre fue lo mismo (…) En vano intenté cubrir mi corazón con una / cáscara de huevo”. Su yo poético es aseverativo, claro y contundente: es difícil abstraerse, sustraerse u ocultarse del mundo de todos los días, y es más difícil aún ser insensible u ocultar los sentimientos. Y de esto es lo que se poetiza en todos sus versos: los mismos hechos y experiencias más simples y cotidianos que afectan y activan su sensibilidad. Y no es fácil crear poesía de lo cotidiano. Esta poética subyacente en los versos de César Olivares nos recuerda lo que planteaba Rainer María Rilke: “el arte es un modo de vivir, y, aún viviendo de cualquier manera, puede uno prepararse para él”; y, de igual modo, sus versos, tienen un eco de buena parte de la poesía de Nicanor Parra, de Octavio Paz y del mismo Pablo Neruda, sino bastaría con recordar los “Antipoemas”, “Piedra de sol” y “Odas elementales”, respectivamente.

Lo cotidiano no es lo inmediato, lo trivial, lo superfluo, sino las vivencias más simples pero que han dejado huella en el alma del poeta, como de cualquier hombre que le da sentido e importancia a las cosas más sencillas de la vida, aquellas que se viven desde la infancia primera. Allí están el padre, la madre, los hermanos, el barrio, la casa, el hijo, la esposa, los amigos, los recuerdos más sentidos, pueriles, pero memorables. El poeta dice: “Yo también tuve un padre terco / y una madre preocupada por el calor de las estufas”. Hermoso signo de la elemental cotidianidad que nos devela y compromete, que nos remonta a la raíz de nuestros afectos.

Se ha discutido mucho sobre la sinceridad o veracidad de los contenidos de la poesía. Pero lo que no se discute es que la vida que lleva un poeta es la fuente inagotable de la creación poética. César Olivares, en su libro da testimonio de esta última afirmación. Y dice en el poema 2 de Relámpagos de infancia: “Y yo quiero que sepas todo”. Y todo es lo que le ha tocado compartir, vivir, al lado de los suyos: los primeros dibujos (de él mismo o de su propio hijo, que vendría a corroborar el mito del eterno retorno o de la circularidad del tiempo, formas de filosofar lo cotidiano), la incertidumbre por el mañana, el tiempo, los juguetes, la muerte, la familia, los amigos, etc.

Escribir sobre lo cotidiano no es fácil ni mucho menos; esto lo sabe el poeta y dice en el poema 4 de Impresiones y retratos: “Detesto escribir poemas /que no cuesten sangre”. Pero esto no significa, como podría suponerse, equivocadamente, que el poeta deba presentarse con una careta de fingida valentía o de impostada dureza ante la vida; no importa lo que diga, el poeta trata siempre de ser auténtico. El poeta dice en el poema 2 de Impresiones y retratos: “Dicen que soy malo/ que no soy capaz/ de matar un becerro/ para que coman/ mis hermanos/Pero amo la vida/ los buenos tragos/ Las mujeres malas/ a veces”. No importa lo que digan los demás, lo que hagan los demás, importa lo que se siente y ama íntima y personalmente.

En este sentido, el ejercicio del poetizar la cotidianidad se presenta, al fin y al cabo, en una búsqueda y un encuentro de sí mismo, en las huellas más cercanas, más que de buscar un triunfo sobre la poesía. El poeta dice: “Lo siento, poesía / no soy tu hijo / sólo soy un niño / de sangre ajena / que bebe/ en tus pezones/ la verdad de las palabras”. Y agrega: “Entonces supe de mí por un poema”.

El quehacer lírico de César Olivares tiene, a parte de su inobjetable calidad estética de escribir hermosos versos con asombrosa sencillez, y de hacer de las experiencias cotidianas unos espacios para volver a nosotros mismos, el mérito de buscar cumplir uno de los fines esenciales del arte, de la literatura: humanizar al hombre; así lo dice: “Escribimos un poema para hacer más sensibles a los hombres/O al menos para intentarlo (…) O sea para buscar en cada palabra / nuestra sangre, nuestras vísceras y nuestro corazón. Para/ pregonar una vez más que la literatura no cambiará el mundo, / pero cómo lo embellece, compadrito”.


* Juan Villacorta Vásquez. Docente en Literatura de la Universidad Nacional de Trujillo.

martes, 5 de mayo de 2009

El fuego narrativo de Fernando Cueto


Ricardo Ayllón


La novela Días de fuego (Río Santa-San Marcos, 2008), de Fernando Cueto, a diferencia de sus anteriores producciones, trae como característica principal el alejamiento del escenario chimbotano. Localizada plenamente en Lima, los hechos corresponden a los años en que la reciente guerra interna ingresó con fuerza en esta ciudad, poniéndola en estado de sitio; mientras que la trama se basa en las vicisitudes de Segundo Rentería, agente de la desaparecida Policía de Investigaciones del Perú (PIP).
Narrada de manera lineal pero con saltos cronológicos en los que se alternan el pasado y el presente, el personaje-narrador es el propio Rentería, quien, en tiempo pasado, recuerda su tránsito por la vida policial desde sus días en la Escuela de Subalternos hasta el momento en que se convierte en un lisiado debido a una acción terrorista; mientras que, en tiempo presente, nos remite a su nueva vida en estado de invalidez.
Sin los problemas de estructura mostrados en su primera novela, o de cierto abuso de retórica en la segunda, Cueto nos lleva esta vez por una serie de sucesos manejados con firmeza y sin excesos, apoyado además en un lenguaje natural y nada artificioso, lo cual permite una lectura fluida. Más que política, Días de fuego puede catalogarse como una novela policial, pues de pronto, desde el momento en que Rentería ingresa en un grupo operativo de la PIP y se desencadenan los atentados y muertes contra sus compañeros de promoción (presentados en el primer capítulo), la historia adquiere un cariz y ritmo diferentes a los que venía llevando (sentimental y pausado) debido a la necesidad del protagonista por desenredar la maraña de hechos que están detrás de tales muertes. De este modo, la novela logra hasta cierto punto constituirse en una especie de conciencia crítica de la sociedad peruana de los 80, a partir de las fracturas vivenciales padecidas por los ex compañeros de Rentería, cuya suerte se va transformando en tragedia.
Pero no solo ello, es también una manera diferente de interpretar el accionar de Sendero Luminoso, pues éste se ve representado en la novela solo por elementos jóvenes (contemporáneos a los agentes policiales) y, en su generalidad, por mujeres. Se trata sin duda de una mirada bastante particular dentro de la novelística urbana de la violencia, por lo que puede ser catalogado junto a libros como Generación cochebomba de Martín Roldán, Ciudad de los culpables de Rafael Inocente o Toque de queda de Raúl Tola.
Ya la novela peruana nos había remitido a la violencia ocurrida en los andes peruanos, y ahora, le ha correspondido desplegarse alrededor de los sucesos en la urbe limeña. Días de fuego, en esta tarea, llega como una novela realista que debe leerse con atención, no solamente por el importante momento social que aborda y, en este sentido, su capacidad de hacernos reflexionar, sino también porque asegura el buen oficio narrativo de Fernando Cueto que, estoy seguro, seguirá entregando productos de similar calidad.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Rediseñando a Vallejo y otros


Técnicas de Restauración Poética
Elementos Generales y Rediseños a la Poesía de Vallejo

Antonio Sarmiento


La lectura de toda obra es una invitación a la imagina­ción del lector, ya que a partir de este acto puede expresar­se a su manera con mayor libertad. Sin embargo, siempre existió un muro infranqueable que nunca le permitió sal­tar hacia otras fronteras, convirtiéndolo en un sujeto vin­culado al goce y deleite estético más no a la actividad crea­tiva. De allí que el libro consigne la aparición de un lec­tor-creador no sólo retraído en la lectura, como recreo espi­ritual, sino que éste plantee su accionar como parte del diseño de la obra leída.

¿Desde dónde hablar?



¿Desde dónde hablar? Dinámicas oralidad-escritura actualiza la discusión oralidad, escritura y memoria colectiva, para luego instalarnos en las dinámicas subyacentes que tratan la memoria oral desde la recepción y la reelaboración de relatos orales. Del mismo modo, discute la categoría de identidad para proponer la posibilidad de una identidad "misti", buscando, de esa manera, ampliar lo andino que parece circunscribirse solo a lo quechua y aimara. Además, al hablar de la palabra del "otro" y sus negociaciones por y en el espacio de la palabra, sobre la base de la tensión y relación entre gestor-testor, pone en cuestión los actuales géneros de los testimonios y las recopilaciones de textos orales que no discuten para nada el lugar central del "Otro"; proponiendo así que los otros americanos dejemos de ser los otros a representar o a conocer: otros que seamos nosotros. Finalmente, recoge un florilegio de narraciones orales de una informante "misti".

¿Desde dónde hablar? Dinámicas oralidad-escritura, de Jorge Terán Morveli, es un importante estudio sobre la producción discursiva y la identidad del "otro" americano andino.

Dante Gonzalez Rosales

Sonidos de frialdad


de
Victor Salazar

Aquí les dejo con algunos comentarios acerca del poemario:

Una de las canciones más entrañables de Sabina, que la oigo con frecuencia entre sus jóvenes fans, es aquella que nos recuerda con mucha sabiduría, que “ los amores que matan nunca mueren” Víctor Salazar pareciera encarnarlo realmente en este libro, tan sólo para no decir como Rimbaud: “soy feliz, no me explico cómo he caído tan bajo”.

Hildebrando Pérez Grande



Poesía amorosa, primordial, donde el poeta enreda y desenreda las palabras como gotas de cristal, como quien espera una todas las mañanas y así ofrece lo mejor a la amada de sus días, de sus largas y eternas noches con quien dialoga diáfanamente llevándola a lugares arcanos en un volar de cisne plástico y bello.

Domingo de Ramos

viernes, 21 de noviembre de 2008

Destierro de Abel y otros cuentos, de Ítalo Morales


He leído más que con emoción Destierro de Abel y otros cuentos (Río Santa Editores 2008), de Ítalo Morales, pues se trata del compañero de tertulias prolongadas, resacas intensas y arrebatos literarios y, también, porque existe una recorrida amistad, tanto más o tanto menos, que si hubiéramos despertado juntos, y más aún, porque ya anteriormente había mostrado sólidas destrezas lingüísticas y un buen grado de prolijidad en el manejo estructural del cuento.
Sin embargo, en Destierro de Abel, reunión de cinco cuentos en el presente orden: “La cacería”, “Bajo el cielo de julio”, “Destierro de Abel”, “Caer o no caer ¿Por qué caer?” y “La espera”, se perciben algunas intrascendencias y deslices técnicos que perturban la calidad discursiva y el soporte estructural de los mundos narrativos. Por ejemplo (Dicen que los últimos serán los primeros): En “La espera”: Una historia muy bien conducida y llevada como con las manos, por un discurso entonado, buena disposición de la atmósfera y óptimo tejido de la trama, son interrumpidos por un episodio ligero, que se plantea al final: Juan ha esperado a su madre durante mucho tiempo, en la espera le han ocurrido sobresaltos que le han hecho creer, por momentos, que su mamá ha muerto, mas a ella no le ha sucedido nada, pues lo que realmente ha motivado su retraso ha sido la reunión con don Pancho, su presunto novio. Un final intrascendente y absurdo para tan bien logrados requiebros técnicos. Absurdo por la postura de Juan, quien después de ver llegar a su progenitora con don Pancho asume una actitud recelosa y luego rencorosa, al percatarse de la conducta enamoradiza de la madre.
“Caer o no caer ¿Por qué caer?” es otro de los títulos donde se relata la historia de Abel, personaje/nombre signado por la soledad, el infortunio, la muerte, que ha sido incluido también en los cuentos restantes. “En Caer o no caer…”, Abel ha decidido suicidarse; para tal propósito el autor ha organizado una serie de acciones que mantienen en suspenso y con el alma en vilo al lector. El mérito de “Caer o no caer…” recae esencialmente en el sostenimiento del suspenso, asimismo en el desdoblamiento oportuno de la tercera a la primera persona. No obstante, el empleo del lenguaje figurado para metaforizar el tránsito del cuerpo corpóreo de Abel a la forma etérea, torna oscuro y denso el desenlace, y nos deja la impresión del relato abierto e inacabado. Sin lugar a dudas a “Destierro de Abel” le tocaría convertirse en el cuento emblemático, por la ubicación que posee en el conjunto y ser título de la portada, pero, ante la magnífica alternancia de los diálogos e intervenciones de los protagonistas, realzan los datos imprecisos: la presumible violación; la ambigüedad en la descripción de los escenarios: nunca se menciona el lugar preciso donde se desarrollan los desplazamientos de los actantes. Y para redondear la faena, la anécdota del supuesto ultraje resulta harto conocida.
Bajo el cielo desleído ocupa el segundo puesto en el libro. En él la realidad ficcional desencadenante es la curiosidad del joven Abel y sus amigos (Luis y Tabo): ellos quieren saber si el hogar de la mujer que vende manzanas en el colegio del Loco, es la morgue; para ello, realizan las pesquisas y la incursión en el predio. Morales nuevamente articula una prosa bien puesta y atildada, las escenas indicadas y una atmósfera ajustada a las exigencias, para otorgarle vitalidad a la fabulación. Empero, los desmedidos soliloquios y reflexiones del protagonista, le restan ritmo e intensidad a la realidad problematizadora. Luego, ya para terminar, en “La cacería”, el mejor cuento, amalgama de forma exacta, el discurso afinado, la descripción exhaustiva, una sobrada atmósfera hedionda y estercolera que se palpa, se respira y trasciende las páginas, ofreciéndonos nítidas imágenes de lo circundante. En “La cacería” Ítalo ha tenido a bien regular las meditaciones, la interpretación de los personajes y la oportunidad de los diálogos perfectamente encaminados.
Por todo ello, Destierro de Abel y otros cuentos es un libro de lenguaje siempre melódico, rítmico y acompasado, portador de una arquitectura expectante, pero que se desvirtúa apelando a los finales abiertos e infinitos. Asimismo, la recurrencia a los escenarios indeterminados y episodios irrelevantes troca en efímero la solemnidad de las fabulaciones. (Juan Carlos Lucano).

Cuentista del desierto de Jorge Tume Quiroga



Una de las características del trabajo de Ornitorrinco Editores, es que nos trae generalmente primicias literarias, es decir, óperas primas de escritores peruanos que llegan con técnicas y estilos aceptables y un trabajo expresivo generalmente de primer nivel. Esto es lo que ocurre con Cuentista del desierto (setiembre, 2008), cuyo texto de presentación acierta al decir que se trata de un libro de cuentos que transparenta muy bien –desde el lenguaje y la descripción– el humor del norte peruano, el cual “constituyó siempre ingrediente esencial en la heterogénea conformación de la identidad nacional”.
Así es. No cabe duda de que Jorge Tume Quiroga (Sechura, 1976) ha sabido rescatar lo mejor del temperamento rural piurano, para ofrecernos sus giros idiomáticos, ocurrencias, personajes y circunstancias con tal habilidad y dominio, que logra involucrarnos desde el principio en el contexto espacial al que nos remite.
De cierto modo, es verdad, como anuncia este volumen, que con ello Tume “consigue no solo recrear sino además nutrir el imaginario de su referente regional”, lo cual es desde ya, un punto a favor. Gracias a historias lineales, sencillas, breves y, más de las veces, con finales inesperados, Cuentista del desierto, entretiene y nos remite a orígenes cotidianos para recordados cuán humano y diverso es el temperamento peruano.
Jorge Tume Quiroga es profesor egresado de la Universidad Nacional de Trujillo (UNT), donde también hizo estudios de Derecho. La calidad de su pluma se encuentra garantizada por la Mención Honrosa en Poesía obtenida en los Juegos Florales de la UNT, organizados en homenaje a los 105 años de nacimiento del poeta César Vallejo. También ha realizado trabajos de investigación histórica expuestos en España y Francia durante los años 2007 y 2008. Es miembro fundador del Instituto para el Fomento de la Lectura y la Escritura (INFOLEE), dirige las revistas “Amanecer bernalense” y “Semilla de papel”, y es co-editor de la revista cultural “Letra corrida” de Trujillo.

“Ensueño del trébol y la abeja. Poetas que hacen medicina”


Resulta gratificante aproximarse a esta antología que, desde el subtítulo, trae la irreverencia de toda buena propuesta: “Poetas que hacen medicina”. Se trata de una bella edición en la que se reúne a 14 poetas peruanos cuya profesión es la medicina, para quienes la poesía ha representado y representa una verdadera actitud de vida. Muchos de los poemas aquí reunidos traen la bella impronta de lo social, lo íntimo y, obviamente, la actividad médica como eje de la inquietud temática. Otra característica destacable es la beneficiosa descentralización; es decir, la presencia de poetas-médicos de provincias; entre ellos, nada menos que los liberteños (y cercanos) Erasmo Alayo, Ángel Gavidia Ruiz y Marco Cueva Benavides, este último, natural de Pacasmayo pero con estancia de varias décadas en Chimbote, e integrante del grupo de Literatura y Arte Isla Blanca. La edición y selección del volumen recae en José Luis Heraud Larrañaga, familiar del recordado Javier Heraud, quien nos ofrece un impecable trabajo editorial, con la ayuda visual del reconocido diseñador Víctor Escalante.

Árbol de atisbos, de Jorge Horna Chávez



Jorge Horna es el poeta más importante de Celendín (Cajamarca) en la actualidad, ninguno como él para llevarnos al éxtasis de las cosas sentidas. Su madurez plena y contundente trasluce en Árbol de atisbos su reciente poemario (Arteidea Editores, 2008).
Sus poemas nos hacen señas de llamadas, como las de una mujer amante cuyo eco regurgita en las quebradas, en las pampas y en las diáfanas calles de nuestra tierra; trasminando a anisquehua y arabisco, sus gritos nos llegan una y otra vez y nuestra alma se reconoce en ellos. Su lírica es cántico de juglar, todo en ella suena en tono mayor, se mece y jubila a la luz del sol. No hay disonancias, ni neurosis, ni “flores del mal”. Su creación es espléndida, como las auroras de la serranía. Nos costará trabajo, pero tenemos que adaptar las pupilas de nuestro espíritu a estas cataratas de luz y veremos un mundo sin tragedias, sin amarguras, sin traiciones. ¿Dónde encontrar algo semejante en nuestra lírica?
La poesía de Jorge es expresión substantiva y autónoma. No requiere comentarios filosóficos pero podría servir a los filósofos como texto de meditación. Su jubiloso movimiento asciende, cada vez más alto, atraviesa todos los límites, un poco más y nos lleva a una reflexión terrible. ¿Podrá nuestra hambre de belleza saciarse con una sola vida, un solo tiempo? No, el alma exige más. (Jorge A. Chávez Silva).