Rocío Silva Santisteban. Las hijas del terror (Copé, 2007)
Petroperú ha publicado, con bastante retraso, las obras ganadoras de la Bienal de poesía Copé 2005, entre las que figura el poemario Las hijas del terror de Rocío Silva Santisteban. Identificada con la poesía femenina de los 80’s Silva Santisteban participa con este libro del actual interés de nuestros escritores por recordar y reflexionar acerca de la violencia política de las décadas pasadas. Y lo hace sin dejar de lado los elementos más personales de su propia poesía (el erotismo, la perspectiva de género y una cierta retórica posmoderna), partiendo de los testimonios de algunas de las innumerables mujeres “sometidas, humilladas, doblegadas, oprimidas y avasalladas” durante esa guerra.
Los poemas de Las hijas del terror están agrupados en cuatro secciones, en las que se alternan dos tipos de textos. Por una parte, están aquellos en que la autora asume la voz de las víctimas (partiendo de una serie de testimonios reales), casi siempre mujeres andinas y campesinas, para comunicar al lector de la manera más directa posible “el miedo, el dolor, la indiferencia y la crueldad” vividos por estas mujeres: Así, en BAvioLADA, se presenta el testimonio de una mujer detenida y violada en un cuartel militar:
¿su nombre?, ¿para qué?
era suboficial o teniente o no sé que
porque ordenaba, les dijo, háganlo rápido
como yo y no se ensucien demasiado
entonces pasaron uno por uno, dos, tres,
no más por favor, no, no, déjenme morir,
cuatro cinco seis
ya, no, Dios, ya no, ya no
siete
estaba completamente muerta, muerta, muerta
ocho…
En otros poemas quienes hablan son mujeres que no vivieron directamente estos sucesos, pero que de alguna manera pueden sentir sus consecuencias. En Los muertos huelen en la parte más profunda del paladar el personaje es definido como “prisionera-de-sí misma”, una mujer limeña que “lo único que busca es una sonrisa entre los probadores de un centro comercial”. En Tiempos de carencia, parece ser más bien una intelectual empobrecida; y en Lo que no me fortalece me destruye una potencial suicida. Todas ellas muestran la angustia de vivir en una sociedad marcada por la violencia.
El contraste entre lo urbano-limeño y lo campesino-andino, es sin lugar a dudas uno de los temas dominantes y también uno de los mayores problemas de este poemario; que finalmente remite a la profunda brecha que divide a toda la sociedad peruana en dos mitades casi incomunicadas entre sí. La autora, firmemente ubicada en el primero de estos mundos, intenta hablar por las “otras”, las mujeres andinas y campesinas, pero su lenguaje poético no puede dejar de ser eminentemente urbano y posmoderno. Por eso no faltan en los poemas las citas eruditas (Nietzsche, Pavese, Michaux) ni las alusiones y pastiches posmodernos (Los Prisioneros, David Bowie, Gustavo Cerati). Eso hace que, por ejemplo, en el ya citado poema BAvioLADA, todo el testimonio personal es presentado en contrapunto con la letra de la balada Fuiste mía un verano de Leonardo Favio.
La propia autora reconoce estas dificultades en la nota de presentación del poemario: “Trato de acercar mi palabra, en la medida de mis posibilidadesy limitaciones, a las huellas que sus cuerpos dolientes han dejado sobre todas nosotras y nosotros, huellas que con increíble autoritarismo monologante la ciudad letrada se ha negado la mayoría de las veces siquiera a mirar”. Pero es precisamente ese reconocimiento de los límites de su propia poética lo que libra a Silva Santisteban de la demagogia y el populismo en que han caído otros narradores y poetas al abordar estos difíciles temas. Las hijas del terror es un saludable intento de asimilar al discurso poético más actual las terribles consecuencia de la violencia política de las décadas pasadas.
Petroperú ha publicado, con bastante retraso, las obras ganadoras de la Bienal de poesía Copé 2005, entre las que figura el poemario Las hijas del terror de Rocío Silva Santisteban. Identificada con la poesía femenina de los 80’s Silva Santisteban participa con este libro del actual interés de nuestros escritores por recordar y reflexionar acerca de la violencia política de las décadas pasadas. Y lo hace sin dejar de lado los elementos más personales de su propia poesía (el erotismo, la perspectiva de género y una cierta retórica posmoderna), partiendo de los testimonios de algunas de las innumerables mujeres “sometidas, humilladas, doblegadas, oprimidas y avasalladas” durante esa guerra.
Los poemas de Las hijas del terror están agrupados en cuatro secciones, en las que se alternan dos tipos de textos. Por una parte, están aquellos en que la autora asume la voz de las víctimas (partiendo de una serie de testimonios reales), casi siempre mujeres andinas y campesinas, para comunicar al lector de la manera más directa posible “el miedo, el dolor, la indiferencia y la crueldad” vividos por estas mujeres: Así, en BAvioLADA, se presenta el testimonio de una mujer detenida y violada en un cuartel militar:
¿su nombre?, ¿para qué?
era suboficial o teniente o no sé que
porque ordenaba, les dijo, háganlo rápido
como yo y no se ensucien demasiado
entonces pasaron uno por uno, dos, tres,
no más por favor, no, no, déjenme morir,
cuatro cinco seis
ya, no, Dios, ya no, ya no
siete
estaba completamente muerta, muerta, muerta
ocho…
En otros poemas quienes hablan son mujeres que no vivieron directamente estos sucesos, pero que de alguna manera pueden sentir sus consecuencias. En Los muertos huelen en la parte más profunda del paladar el personaje es definido como “prisionera-de-sí misma”, una mujer limeña que “lo único que busca es una sonrisa entre los probadores de un centro comercial”. En Tiempos de carencia, parece ser más bien una intelectual empobrecida; y en Lo que no me fortalece me destruye una potencial suicida. Todas ellas muestran la angustia de vivir en una sociedad marcada por la violencia.
El contraste entre lo urbano-limeño y lo campesino-andino, es sin lugar a dudas uno de los temas dominantes y también uno de los mayores problemas de este poemario; que finalmente remite a la profunda brecha que divide a toda la sociedad peruana en dos mitades casi incomunicadas entre sí. La autora, firmemente ubicada en el primero de estos mundos, intenta hablar por las “otras”, las mujeres andinas y campesinas, pero su lenguaje poético no puede dejar de ser eminentemente urbano y posmoderno. Por eso no faltan en los poemas las citas eruditas (Nietzsche, Pavese, Michaux) ni las alusiones y pastiches posmodernos (Los Prisioneros, David Bowie, Gustavo Cerati). Eso hace que, por ejemplo, en el ya citado poema BAvioLADA, todo el testimonio personal es presentado en contrapunto con la letra de la balada Fuiste mía un verano de Leonardo Favio.
La propia autora reconoce estas dificultades en la nota de presentación del poemario: “Trato de acercar mi palabra, en la medida de mis posibilidadesy limitaciones, a las huellas que sus cuerpos dolientes han dejado sobre todas nosotras y nosotros, huellas que con increíble autoritarismo monologante la ciudad letrada se ha negado la mayoría de las veces siquiera a mirar”. Pero es precisamente ese reconocimiento de los límites de su propia poética lo que libra a Silva Santisteban de la demagogia y el populismo en que han caído otros narradores y poetas al abordar estos difíciles temas. Las hijas del terror es un saludable intento de asimilar al discurso poético más actual las terribles consecuencia de la violencia política de las décadas pasadas.
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