Jaque perpetuo. Cuentos de Luis Hernán Castañeda
Javier Ágreda.
Los siete cuentos de Fotografías de sala (Peisa, 2007), el libro más reciente de Luis Hernán Castañeda (Lima, 1982), están ambientados en una exclusiva y apartada urbanización limeña, donde "la ciudad... es una niebla lejana que ciertas noches se infiltra en nuestros sueños". Hasta ese mundo aislado, conformado por familias tradicionales y con muchos prejuicios clasistas, llegan eventualmente ciertos elementos externos (un viejo mendigo en "La temporada del invasor, un perro chusco en "Antonio", una estatuilla del siglo XIX en "El manto y la perla") que alteran la rutina y las vidas de los protagonistas de los relatos.
Ante estas intromisiones del mundo externo, los personajes tienden a aislarse de sus pocos amigos y parientes, a encerrarse en los ámbitos más íntimos y personales. Por eso en estos relatos suceden pocas cosas, pues la mayor aspiración del autor parece ser, antes que la narración de peripecias o los finales sorprendentes, la creación de atmósferas que expresen la soledad, angustia e incertidumbre que experimentan los personajes. Inclusive deja de lado las descripciones de los ambientes para centrarse en la propia capacidad creativa del lenguaje: el ritmo de la prosa, las imágenes y especialmente los adjetivos.
Pero al renunciar a las peripecias y a las descripciones, los relatos corren el riesgo de convertirse en una monótona sucesión de acontecimientos intrascendentes que no consiga captar el interés del lector. Y si bien Castañeda ha demostrado en Casa de Islandia (2004) y Hotel Europa (2005) tener una buena prosa, al delegar casi completamente en esta la eficacia de sus tramas, hace también más notorias sus caídas, ya sean los frecuentes excesos de adjetivos ("...adelantándonos con inigualable emoción al funesto desenlace en que el forzudo instructor...) o, por el contrario, los inevitables lugares comunes, como esos "Y es que..." al inicio de párrafo.
La ausencia de tramas suele estar asociada a una falta de temas claros y definidos. Castañeda ha reconocido en entrevista reciente que en su generación "el qué contar es todavía una tarea pendiente" y que él y sus compañeros están aún buscando sus propios "demonios y fantasmas". Fotografías de sala nos muestra precisamente eso, a un joven y talentoso autor buscando temas significativos sobre los que escribir, y que al no encontrarlos vuelve a los tópicos adolescentes (cinco de los siete cuentos son protagonizados por ellos) y juegos metatextuales de sus libros anteriores.
Javier Ágreda.
Los siete cuentos de Fotografías de sala (Peisa, 2007), el libro más reciente de Luis Hernán Castañeda (Lima, 1982), están ambientados en una exclusiva y apartada urbanización limeña, donde "la ciudad... es una niebla lejana que ciertas noches se infiltra en nuestros sueños". Hasta ese mundo aislado, conformado por familias tradicionales y con muchos prejuicios clasistas, llegan eventualmente ciertos elementos externos (un viejo mendigo en "La temporada del invasor, un perro chusco en "Antonio", una estatuilla del siglo XIX en "El manto y la perla") que alteran la rutina y las vidas de los protagonistas de los relatos.
Ante estas intromisiones del mundo externo, los personajes tienden a aislarse de sus pocos amigos y parientes, a encerrarse en los ámbitos más íntimos y personales. Por eso en estos relatos suceden pocas cosas, pues la mayor aspiración del autor parece ser, antes que la narración de peripecias o los finales sorprendentes, la creación de atmósferas que expresen la soledad, angustia e incertidumbre que experimentan los personajes. Inclusive deja de lado las descripciones de los ambientes para centrarse en la propia capacidad creativa del lenguaje: el ritmo de la prosa, las imágenes y especialmente los adjetivos.
Pero al renunciar a las peripecias y a las descripciones, los relatos corren el riesgo de convertirse en una monótona sucesión de acontecimientos intrascendentes que no consiga captar el interés del lector. Y si bien Castañeda ha demostrado en Casa de Islandia (2004) y Hotel Europa (2005) tener una buena prosa, al delegar casi completamente en esta la eficacia de sus tramas, hace también más notorias sus caídas, ya sean los frecuentes excesos de adjetivos ("...adelantándonos con inigualable emoción al funesto desenlace en que el forzudo instructor...) o, por el contrario, los inevitables lugares comunes, como esos "Y es que..." al inicio de párrafo.
La ausencia de tramas suele estar asociada a una falta de temas claros y definidos. Castañeda ha reconocido en entrevista reciente que en su generación "el qué contar es todavía una tarea pendiente" y que él y sus compañeros están aún buscando sus propios "demonios y fantasmas". Fotografías de sala nos muestra precisamente eso, a un joven y talentoso autor buscando temas significativos sobre los que escribir, y que al no encontrarlos vuelve a los tópicos adolescentes (cinco de los siete cuentos son protagonizados por ellos) y juegos metatextuales de sus libros anteriores.
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